La historia se repite año a año, jugadores que presionan para irse, clubes que quieren obtener un rédito, representantes que hacen su trabajo, leyes impuestas que benefician a unos y compradores que miran para otro lado, pero que en un futuro pasarán por lo mismo.
Cuando se llega a una institución o cuando uno cumple el sueño de jugar en primera es todo color de rosas. Es el lugar donde siempre se quiso estar y que dejarán todo por esos colores. Pero los rendimientos altos hacen que lleguen ofertas y las ganas de progesar dejan en el camino ese amor por la camiseta.
Tres años de contrato a los clubes les parece poco, claro a los dos años y medio un jugador puede negociar con otros y ahí empieza la presión donde algunos se ven atados de pies y manos.
La discusión eterna será la de siempre. El jugador brinda un servicio por ese tiempo que dura su contrato y el club es quien se beneficia. ¿Por qué tener que estar obligado a darle más? Eso es del lado del profesional, que obviamente quiere aprovechar al máximo sus años de carrera.
Por otro lado el club siente que es las vidriera para ese salto y por lo tanto merece tener ese plus.
En Córdoba hay miles de ejemplos. Los más recientes Tenaglia en Talleres y Balboa en Belgrano. Quizás esto sea lo más complicado para un dirigente. Lidiar con el progreso de un jugador.
Por Diego Mizraji
