El “Sapo” Coleoni no pudo coronar un gran proceso

Asumida la obvia certeza de que los partidos los ganan o los pierden los jugadores y asimismo que el destino es lo que en efecto pasa y no lo que pudo haber pasado, supone sensato reponer la descomunal gravitación de Gustavo Coleoni en el glorioso presente de Central Córdoba de Santiago del Estero.

Descomunal, sideral y primordial, lo de Coleoni, en la medida que facilita entender el contexto en que el equipo santiagueño compitió en la final de la Copa Argentina que ante un gran River no se le pudo dar.

A un equipo al que, también será justo apreciar, la Superliga no le ha permitido cosechar en una aproximada correspondencia con su manera de competir en todos y cada uno de los partidos.

Sin que se incurra en exageraciones o en el tic del elogio servido, fácil, políticamente correcto, bien puede observarse que Central Córdoba es un equipo de autor.

De autor con nombre y apodo propio, Gustavo Iván Coleoni, el Sapo, un laborioso, honrado y honroso trabajador con buzo de DT que en casi tres lustros en el oficio se ha convertido en una en una referencia de los clubes del Interior del país.

Coleoni construyó desde un descenso al Federal A, punto por punto, peldaño por peldaño, pieza por pieza, desde la autoestima al funcionamiento, del funcionamiento a la regularidad y de la regularidad a los saltos de calidad.

En esa escala y hacia horizontes mayores Central Córdoba logró dos ascensos consecutivos y ya en Primera se operó un cambio igual de brusco que de peligroso: la renovación del plantel y el armado de un equipo prácticamente nuevo.

Inspirador del riesgo y al tiempo inspirador de la recompensa, el Sapo Coleoni, ese tipo humilde que no bien terminado el histórico partido de ayer en La Rioja declaró que “jugar una final contra el River de Gallardo es un sueño”.

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